
Creo que todos hemos pasado por momentos en nuestra vida cristiana donde experimentamos una pasión por compartir con otros de Cristo, en especial al comienzo de nuestro caminar con Dios. Comenzamos una relación con Él por su gracia, descubriendo lo que ésta nueva vida ofrece, y nos llenamos de un gozo inexplicable que queremos compartir.
Sin embargo, luego llega un tiempo donde, quizás, influenciados por el rechazo que experimentamos al compartir el evangelio, retrocedemos y poco a poco se apaga la pasión que teníamos. Pudiera ser que, a medida que crecemos en la vida cristiana, vamos adquiriendo un “cerebro grande y un corazón pequeño”. Aunque estaríamos mejor preparados para hacerlo, el evangelismo desaparece porque la pasión disminuyó. El Pastor John MacArthur dice:
“El evangelismo es efectivo cuando proviene de (lo que los africanos solían llamar) un ‘corazón caliente’ en lugar de una mente fría. Es la pasión por la santidad y la pasión por las personas perdidas… lo que dispara a la iglesia y la hace poderosa. Cuando la iglesia está preocupada por su comodidad, algo equivocado ha tomado el control”.
Como creyentes, tenemos que preguntarnos: ¿Tenemos pasión por el compartir de Cristo?
Recordando a hombres del pasado
Podemos volver a la Reforma para recordar cómo la pasión puede ser usada por el Señor. Erasmo de Róterdam fue la mente más grande del mundo a comienzos del siglo XVI. Era un erudito con el intelecto más poderoso de su tiempo, pero tenía un carácter vacilante. Y Dios no lo usó para provocar la Reforma (aunque su edición del Nuevo Testamento fue valiosa). En cambio, Dios tomó el anhelo rudo y ardiente de Martín Lutero; alguien que no poseía el intelecto de un Erasmo, pero que si tenía un fuego en su corazón. Así, Dios lo empleó para cambiar el curso de la historia de la iglesia y el mundo.
También podemos recordar a Horacio Bernar, quién después de escuchar a un joven ministro que predicaba con gran entusiasmo, le dijo: “Te encanta predicar, ¿verdad?”. “Sí, de hecho, señor, sí me encanta”, respondió el joven. “Pero…”, dijo Horacio, “…¿amas a los hombres a los que predicas?”. Este es el problema de muchos de nosotros: nuestro amor por las personas suele fluctuar.
Es trágico cuando hemos perdido calidez en nuestros corazones. A veces tenemos una mente bien entrenada, pero no un corazón amoroso. Por eso hacemos bien al recordar a hombres como John Knox. Uno de sus biógrafos dijo, “tan poderoso era él en su anhelo por las almas perdidas, que pensé que rompería el púlpito en pedazos”.
Cuando perdemos la pasión por evangelizar, los ejemplos de estos hombres pueden ayudarnos. Ellos nos muestran que Dios se complace en usar a creyentes valientes y apasionados por predicar el evangelio.
Recordando el amor de Jesús
Jesús tiene pasión por las almas de los hombres. En los evangelios, lo vemos ansioso por alcanzar a los perdidos, clamando por ellos (Mar. 1:14-15; Jn. 4:34; Mat. 23:37). Aunque los hombres del pasado pueden animarnos, Jesús es quien más nos modela la pasión por llevar el evangelio. Su ministerio fue básicamente uno de evangelismo a multitudes, y también de evangelismo personal (Mat. 4:17; Jn. 1:43; Luc. 5:27-32).
Quizá la ilustración más hermosa del evangelismo personal de todos los tiempos es el breve, pero conmovedor encuentro de Jesús con el ladrón en la cruz (Luc. 23:39-43). Allí, colgado, Cristo rescató del infierno eterno al ladrón arrepentido.
Si nuestro Señor Jesucristo amó a los perdidos de tal manera, ¿cómo no pedir a Dios que renueve nuestra pasión por evangelizar cuando sentimos que se ha ido?
Si este es tu caso queremos compartir contigo 5 consejos sobre evangelismo.
1. Orar es evangelismo. No puedo salvar el alma de nadie, pero puedo orar pidiendo a dios que lo haga. La Palabra dice que mi papel es el de sembrar las semillas; es Dios quien las hace crecer. Esto significa que mi rol es el de compartir el evangelio y orar. Orar al que realmente puede salvar almas.
2. Siembra semillas liberalmente. Si mi papel es el de sembrar semillas al compartir el evangelio, yo debería estar sembrando semillas tan frecuentemente como sea posible. A menudo podemos aferrarnos a las semillas del evangelio, como si solo tuviéramos una por año y tratamos de esperar el momento perfecto, con la persona perfecta, en el momento perfecto para compartir el evangelio. Sin embargo, somos libres para plantar cientos de semillas. Podemos compartir el evangelio con tanta frecuencia como sea posible, con la mayor cantidad de personas posibles, compañeros de trabajo, compañeros de clase, extraños, amigos, vecinos, familiares, etc. Esta es la siembra de semillas, por lo tanto, ¡sembremos tanto como podamos!
3. Invita personas a reuniones de la iglesia, Dios está presente en medio de su pueblo y la predicación de la Palabra. Invitemos a la gente a reunirse con nosotros. Es un gran espacio para que la gente vea el amor de Dios y a personas que responden al amor de Dios. A demás, es un gran lugar para escuchar la Palabra de Dios proclamada. ¡Invitemos a la gente!
4. Si conoces a Jesús, conoces lo suficiente. Nos podemos congelar al pensar que no sabemos lo suficiente como para ser un evangelista. Podríamos pensar que necesitamos una mejor estrategia apologética o que necesitamos ir al seminario. La verdad es que, si conocemos a Jesús, tenemos nuestra historia y nuestra relación con Jesús para enseñarle a la gente. ¡Comparte tu historia y puedes ser un evangelista!
5. Ama a Dios y ama a los demás. Descansa en este simple y gran mandamiento. Amamos a Dios, por lo que queremos que los demás conozcan al Dios que amamos. Amamos a los demás, por lo que ¡queremos que sean salvos y conozcan al Dios que nos ama!